La transformación del sistema alimentario es y será una de las claves para la lucha contra el cambio climático en el próximo siglo. Tal y como recoge el Acuerdo de París (2015), la alimentación es una “prioridad fundamental para salvaguardar la seguridad alimentaria y acabar con el hambre, y la particular vulnerabilidad de los sistemas de producción de alimentos ante los efectos adversos del cambio climático”.

Actualmente, 690 millones de personas en todo el mundo padecen hambre. Por este motivo, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 es acabar con el Hambre a escala mundial. Para ello, las Naciones Unidas apuntan a la necesidad de promover la agricultura sostenible, adaptándola y haciéndola más resiliente a los efectos del cambio climático.

La organización Our World in Data asegura que, en todo el mundo, la cadena de suministro de alimentos genera aproximadamente 13.700 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono equivalente (CO2eq) al año. Se estima que la producción de alimentos supone el 26% de las emisiones GEI generadas por el ser humano.

De hecho, sólo en España, las emisiones de GEI asociadas al sector agrícola y ganadero supusieron en 2017, el 12% de las emisiones totales (39,5 millones de tm de CO2eq) del país, según los datos del Inventario Nacional de Emisiones.

Sabemos que uno de los grandes cambios que debemos hacer para lograr la neutralidad climática para 2050, debe ser migrar a un sistema de alimentación más sostenible. Pero para lograrlo, debemos cambiar no sólo nuestra forma de producir alimentos, sino de consumirlos.

Conocer la huella de carbono de los alimentos nos ayuda a hacer elecciones más sostenibles

Conocer cuál es la huella de carbono de los productos alimentarios que consumimos nos puede ayudar a reducir las emisiones generadas por la alimentación. Debemos tener en cuenta aspectos como el sistema de cultivo, la procedencia del alimento, el tratamiento – si es un producto procesado-, o la estacionalidad de producto.

Conociendo los alimentos que más contribuyen al cambio climático y evitándolos en nuestra dieta, podemos ahorrar al Planeta una huella de carbono innecesaria. Recordemos que, actualmente, la mayoría de sistemas y economías se rigen por la ley de la oferta y la demanda. En este sentido, si apostamos por la sostenibilidad, el mercado tarde o temprano se decantará por ella.

Los alimentos con una mayor huella de carbono

La organización Our World Data ofrece un análisis de los alimentos cuya producción genera más emisiones en todo el mundo. Se incluye información de 119 países y 38.000 granjas.

Como se puede comprobar en la tabla, los productos de origen animal ocupan las primeras posiciones de la lista. Mientras que entre los de origen vegetal destacan el café, el aceite de palma y el chocolate.

Pero sin duda, el alimento ganador de esta lista es la carne de ternera. Para producir 1 kg de carne se generan 60 kg de emisiones GEI. En comparación, la huella de carbono de 1 kg de manzanas es de menos de 1 kg de CO2.

Si nos fijamos en el promedio, podemos decir que las emisiones de los alimentos de origen vegetal son de 10 a 50 veces más bajas que las de origen animal. Debemos tener en cuenta que la producción de la ganadería intensiva genera emisiones en tres niveles:

  • Alimento para los animales: Producción de granos y cereales para alimentar al ganado
  • Reconversión de la tierra en pastos de cultivo: La sobreexplotación de la Tierra y los cambios en el uso del suelo. En países como EE. UU., la producción de carne de ternera representa el 40% del uso total de la tierra que se utiliza a nivel nacional para la ganadería.
  • Producción de metano -generado, mayormente, por las vacas-.

Es muy sencillo. Tal y como recoge el libro de Jonathan Safran Foer, Podemos salvar el mundo antes de cenar, “la ganadería intensiva no alimenta el mundo, le hace pasar hambre y lo destruye”.

En su libro reflexiona sobre la elevada huella de carbono de la ganadería intensiva: que en el mundo hay más de 23.000 millones de gallinas, que el metano que emiten las vacas retiene el calor 86 veces más que el propio CO2, o bien que estamos ocupando el 59% de la Tierra cultivable con el pastoreo de ganado.

Debemos tener en cuenta que el 90% de carne que consumimos proviene de grandes granjas industriales. En el libro, Safran señala que debemos reducir el consumo de carne en Europa y en los EUA un 90%, y consumir un 60% menos de lácteos.

De hecho, el informe del IPCC de la ONU sobre El cambio Climático y la Tierra publicado en agosto del 2019, aseguraba que la fórmula para poner fin a la emergencia climática era acabar con el desperdicio alimentario y reducir al máximo la producción y consumo de carne.

El queso contribuye en gran medida al cambio climático

Al ser un producto de origen animal, la calculadora de la huella de carbono de los alimentos de la Universidad de Oxford muestra que, consumir una porción de queso (30 gramos) de tres a cinco veces por semana, genera unos 200 kg de emisiones GEI al año.

El queso es el tercer alimento que más emisiones GEI provoca por cada Kg de CO2 producido. Y es que, para producir 1 kg de queso curado, son necesarios hasta 10 litros de leche.

Entre los productos de origen vegetal, los que más contribuyen al cambio climático son el arroz, el azúcar de caña, las nueces, el trigo, el maíz o la leche de soja. Su producción descontrolada y a gran escala puede llegar a tener un fuerte impacto en los ecosistemas. Por ejemplo, para producir 1 kg de azúcar de caña o 1 kg de nueces se generan 3 kg de CO2 en los dos casos.

El transporte genera el 10% de las emisiones generadas por la alimentación

Además de la huella de carbono generada por la producción, debemos tener en cuenta la que está vinculada al transporte. En esta etapa de la cadena de suministro tienen lugar aproximadamente el 10% de las emisiones generadas por la alimentación.

Comer productos vegetales fuera de temporada, cultivados en otros países, o exóticos, también contribuye al cambio climático.

Para llevar a cabo una dieta más sostenible, debemos reducir el consumo de carne y apostar por la alimentación vegetal. Pero aún así, no todo vale. Para que frutas y verduras que ahora están de moda, como la Kale, el aguacate o el Dragon Fruit, lleguen a nuestros supermercados, estas deben ser transportadas en grandes barcos o aviones de mercancías, con la elevada huella de carbono que esto conlleva.

Por este motivo, resulta fundamental apostar no sólo por la alimentación plant based, sino porque esta sea orgánica, de temporada y de kilómetro 0.

Del mismo modo, todos los alimentos procesados que vienen envasados y pueden provenir de cualquier parte del mundo, también han generado una huella de carbono extra. Cualquier producto procesado ha generado un impacto ecológico mayor que un alimento fresco y sin tratar.

En términos generales podemos decir que, si existe la voluntad, no es difícil apostar por una dieta más sostenible y respetuosa con el medio ambiente. Aun así, todavía queda un largo camino por recorrer para cambiar el sistema alimentario. No sólo , sino una mayor inversión por parte de los organismos y entidades correspondientes.

Para lograr una sociedad ZEO es fundamental reducir el consumo de carne y apostar por la alimentación natural y de km0.

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