En los últimos años, los avisos por parte de la comunidad científica internacional sobre la urgente necesidad de frenar el cambio climático han calado en nuestra sociedad. Los informes y cifras sobre los daños y las consecuencias del calentamiento global han dado pie a que los gobiernos empiecen a tomar cartas en el asunto para cambiar el sistema actual de producción y consumo.

La conciencia climática está creciendo y hace que nos cuestionemos nuestra actual forma de movernos, producir energía, construir viviendas y también de alimentarnos.

Según datos de la publicación Our World Data, se estima que la huella de carbono del Sistema Alimentario Mundial representa unos 16.000 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono al año. Si hacemos el promedio por habitante, podríamos decir que cada una de las personas que viven en la Tierra genera alrededor de 2,3 toneladas de emisiones al año para poder alimentarse.

La producción de alimentos genera un 33% de las emisiones GEI globales

La producción de alimentos genera un tercio de las emisiones globales de Gases de Efecto Invernadero (GEI). Además, de toda esta huella de carbono asociada al sector alimentario, el 57% corresponde a la producción de alimentos de origen animal y el 29% a la de origen vegetal.

Debido al gran impacto medioambiental y a la huella de carbono que genera la producción de alimentos en nuestra sociedad, las Naciones Unidas decidieron trabajar para hacer más sostenible este sector incluyéndolo en uno de sus 12 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030.

Con el objetivo 12, “Sustainable consumption and production” (consumo y producción sostenible), la ONU defiende la necesidad de reducir la huella de carbono del consumo y la producción mundial de alimentos.

Esta organización internacional alerta de que el progreso económico y social conseguido gracias a este sector ha estado acompañado de una degradación que pone en peligro los sistemas de los que depende nuestro desarrollo y supervivencia. Es como un pez que se muerde la cola: cuanto más explotamos la Tierra para conseguir alimentos, menos fértil se vuelve.

El sistema alimentario actual es incompatible con la supervivencia del Planeta

Las emisiones de metano, la deforestación, la explotación y la acidificación del suelo, el incremento de la huella hídrica mundial, etc. Todos estos impactos directos que las empresas productoras de alimentos provocan en los ecosistemas están modificando el “ciclo de la vida”, incidiendo directamente en los procesos de polinización y floración de las plantas y, por lo tanto, afectando directamente a los cultivos.

Además, desde la propia ONU aseguran que “cada año un tercio de toda la comida producida (el equivalente a 1300 millones de toneladas con un valor cercano al billón de dólares) acaba pudriéndose en los cubos de basura de los consumidores y minoristas, o estropeándose debido a un transporte y unas prácticas de recolección deficientes”.

Si bien los impactos ambientales más graves en los alimentos se producen en la fase de producción (agricultura y procesamiento de alimentos), los hogares también influyen en estos impactos a través de sus hábitos y elecciones alimenticias. Esto, en consecuencia, afecta al medio ambiente a través del consumo de energía relacionada con los alimentos y la generación de residuos.

Además, la degradación de la tierra, la disminución de la fertilidad del suelo, el uso insostenible del agua, la sobrepesca y la degradación del medio marino están disminuyendo la capacidad de la base de recursos naturales para suministrar alimentos.

Es importante tener en cuenta que el sector de la alimentación representa alrededor del 30% del consumo total de energía en el mundo.

Para ser ZEO para 2050 debemos cambiar el sistema alimentario

Todo esto nos indica que, tanto la producción como el consumo alimentario actual, son incompatibles con la supervivencia del Planeta y la lucha contra el cambio climático. Debemos trabajar para hacer más y mejor, con menos. Sólo de este modo lograremos el objetivo mundial de reducir un 55% las emisiones para 2030 y ser ZEO -cero emisiones-, para 2050.

En este sentido, cada vez surgen nuevas corrientes y tendencias para tratar de reducir el impacto del sistema alimentario en el Planeta. Una de ellas es la llamada cocina climática.

Este tipo de cocina nos insta a cuestionar la forma en la que comemos, porque tanto los alimentos que comemos, como la forma en la que los cocinamos contribuyen a la situación de emergencia climática, y generan un grave impacto en la salud de las personas.

La cocina climática cuenta con un elevado número de subscriptores independientes y es apoyada por un gran número de colectivos y organizaciones vinculadas con el sector de la alimentación.

La cocina climática es plant-based y pone el foco en la eficiencia del cocinado

La cocina climática está basada en una alimentación vegetal, pero rica en sabores y especies, saludable y asequible. Los fundamentos de la cocina climática no distan mucho de los de la llamada Dieta Plant-Based o Dieta Sostenible, únicamente que, en esta variable, se tienen mucho más en cuenta las emisiones generadas durante el cocinado.

La elección de los alimentos también es realmente importante e incide directamente en las emisiones generadas a partir de nuestra alimentación. En este sentido, es fundamental evitar los procesados y ultra procesados, y aquellos productos que provienen de la otra parte del mundo. Y aunque sean de origen local, tener en cuenta cuáles son los alimentos que tienen una mayor huella de carbono asociada.

En este sentido, la carne, el café o el queso son productos que contribuyen en gran medida al cambio climático; mientras que hortalizas y frutas como los plátanos, la cebolla, las patatas o los cítricos generan un menor número de emisiones para ser producidos.

La cocina climática pone el foco también en la planificación de los menús, en realizar la compra justa para evitar la generación de residuos y en aplicar técnicas como el bathcooking o la cocina de reaprovechamiento.

Además, en la cocina climática también se pueden aplicar una serie de técnicas para alargar la caducidad de los alimentos, mediante métodos de conservación, y también activar trucos ingeniosos para aprovechar al máximo las partes de las hortalizas y frutas de temporada que compramos.

Por ejemplo, en el caso de comprar acelgas, para aplicar la cocina climática…

  • Deberías comprarlas cuando sea la temporada, a productores locales o regionales.
  • Deberías aprovechar la hortaliza de forma integral. Tanto la parte de la hoja, como la del tallo y, en el caso de que la hierves, el caldo que ha generado la cocción.
  • Es preferible que cocines ambas partes juntas (tallo y hoja), para ahorrar electricidad y, preferiblemente, que lo hagas al vapor -el sistema de cocción que menos energía requiere-.
  • Posteriormente, deberías aprovechar lo que te sobre para hacer compost o bien aplicar la cocina de reaprovechamiento y utilizarlo para acompañar otro nuevo plato.

La cocina climática aboga por una alimentación sostenible que respeta el territorio y conecta con los ciclos de la naturaleza y las temporadas. Además, este tipo de cocina incide positivamente en la salud de las personas y les permite ahorrar tiempo, ya que se organizan mejor y cocinan de forma más eficiente.

La cocina climática supone, al final, un ahorro en el bolsillo de los consumidores. Evita el desperdicio alimentario, haciendo que las personas compren únicamente lo necesario, y aboga por el consumo local y, por lo tanto, libres de las emisiones y del importe de envíos de largo kilometraje.

Democratizar el acceso a la cocina limpia: primer paso para reducir emisiones durante el cocinado

La Clean Cooking Alliance, es uno de los organismos desde los cuáles se promueve la cocina climática y la transición hacia una alimentación sostenible. En esta ocasión, se pone el foco en el proceso de cocinado.

Y es que, en muchas culturas y regiones rurales, aún cocinan con los llamados “fuegos abiertos”. Este tipo de cocinas ineficientes suelen implicar la quema de combustibles como la madera, el carbón vegetal, el carbón y el queroseno, que liberan emisiones nocivas para el clima y gases perjudiciales para la salud de las personas.

Estas emisiones de contaminantes climáticos de vida corta -como el carbono negro y el metano (CH4), así como otros gases de efecto invernadero, como el monóxido de carbono (CO) y el dióxido de carbono (CO2)- se producen debido a la combustión incompleta del queroseno y los combustibles sólidos durante esta forma de cocinar

Según la Cook Clean Alliance, el uso de este tipo de combustión en los hogares representa más de la mitad de todas las emisiones mundiales de carbono negro, lo que nos indica que este tipo de cocina contribuye significativamente al cambio climático.

En este sentido, la cocina limpia es vital para combatir el cambio climático global y reducir la degradación del medio ambiente.

La cocina climática se alza como una de las soluciones para reducir nuestra huella de carbono asociada a la alimentación. Sin embargo, para lograr una reducción significativa de las emisiones a nivel global, es fundamental que tanto los gobiernos, como las empresas y productores empiecen a actuar para lograr una producción más ZEO.

Porque si todos actuamos de forma conjunta y coordinada, podríamos llegar a reducir un 33% las emisiones GEI que provocan el cambio climático.

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