El agua es uno de los elementos de la naturaleza que permiten la existencia del ser humano, de la biodiversidad, del medio ambiente y de cualquier elemento vivo del Planeta Tierra.

El agua integra los ecosistemas naturales y acoge los procesos biológicos necesarios para la reproducción de la vida. En este sentido, la conocida frase del refranero español: “el agua es vida”, parece ser realmente acertada.

Ahora bien, ¿cómo influye este elemento en el cambio climático? ¿qué relación existe entre la huella hídrica y la huella de carbono?

La huella de carbono y la huella hídrica: indicadores de sostenibilidad

Hoy en día la huella de carbono supone un útil indicador de sostenibilidad que se emplea a nivel global para conocer en nivel de emisiones generado por el ser humano a través de su actividad en el medio.

Paralelamente a esta unidad de medida, también existe la huella hídrica, que permite conocer la cantidad de agua consumida en la producción de bienes de consumo o durante el uso de un determinado servicio.

La principal relación entre la huella de carbono y la huella hídrica tiene que ver con el cambio climático. Cuanto mayor sea la huella de carbono, mayor calentamiento global sufrirá la Tierra y, por lo tanto, más escasez de agua sufrirá en determinadas regiones.

Como consecuencia de esto, la huella hídrica del ser humano será mayor, al tener que explotar o requerir una mayor cantidad de este elemento natural para mantener los cultivos o suministrar de agua a las aldeas rurales.

La agricultura es responsable del 70% del consumo de agua dulce

A lo largo de los años, la escasez de agua y el uso ineficiente de este recurso, han amenazado la futura producción de alimentos en el mundo. La seguridad alimentaria y los medios de vida de millones de productores, consumidores y comunidades rurales está en juego.

Y es que, según informa el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, el sector agrícola es responsable del 70% del consumo de agua dulce del Planeta. La huella hídrica de este sector económico es gigante, y crecerá aun más si no se reduce la huella de carbono producida por el ser humano.

El cambio climático tiene consecuencias en el clima que actualmente ya son visibles ante nuestros ojos. Entre estos estos efectos se encuentra la sequía, con la consecuente escasez de agua y de lluvias, la desertificación y la sobreexplotación de acuíferos causada por el hombre.

Ambos fenómenos son la causa de que el ser humano requiera de un mayor número de recursos hídricos para cosechar y cultivar la Tierra, que, de otro modo, si no fuera por el cambio climático y la sobreexplotación, podría obtener de forma natural -aguas subterráneas y lluvias-.

Debido al cambio climático, pero también al aumento de la población y una presión cada vez mayor sobre los recursos hídricos, la escasez de agua dulce se incrementará en los próximos años.

Según la Fundación Aquae, las duras sequías, cada vez más prolongadas por el cambio climático, han provocado la desaparición de cientos de lagos alrededor del globo. Además, también ha puesto en peligro miles de ellos, como, por ejemplo, el mar Aral, el lago salado Poopó, que antaño era el segundo más grande de Bolivia, o el lago Chad, que ha perdido el 90% de su extensión.

La capacidad de los lagos de absorber CO2

Estos parajes naturales son una fuente de vida y fuente de recursos del lugar en el que se ubican. Pero cuando son de grandes dimensiones, también pueden actuar como sumideros de CO2 y contribuir a la acción climática.

Por lo tanto, es el pez que se muerde la cola: Cuantas más emisiones generamos, peores son las sequías y más extensión de agua dulce perdemos. Al mismo tiempo, estamos reduciendo las ayudas naturales que nos brinda el Planeta para reducir los niveles de CO2 de la atmosfera.

Y, además, cuanto menor sea el nivel de agua dulce en el suelo firme, más vapor de agua habrá en el aire. Esto facilitará la acumulación de grandes borrascas, que ocasionarán lluvias más intensas en momentos y lugares determinados, provocando inundaciones y catástrofes.

La comunidad científica ha alertado que, en 2025, un 67% de la población del planeta vivirá en una zona de estrés hídrico. Es decir, vivirán en lugares en los que la demanda de agua dulce será más alta que la cantidad disponible o en los que el uso de esa agua dulce se verá restringido por una pérdida de calidad (intrusión salina, contaminación por nitratos o fitosanitarios, etc.).

Por este motivo, resulta tan necesario tomar medidas para optimizar y gestionar mejor el uso de este recurso vital. La comunidad internacional debe incluir en sus planes de acción climática, como el Fit for 55, medidas, instrumentos y políticas que permitan racionalizar el uso de ese recurso vital para el futuro de la humanidad.

Mejorar la gestión del agua, para así adaptar los sistemas agrícolas ante el cambio climático, debería ser una cuestión prioritaria para la acción climática. Debemos trabajar conjuntamente para reducir la huella de carbono y la huella hídrica generada por el ser humano.

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