En la década de 2020, la sociedad finalmente ha sido consciente de la necesidad de reducir emisiones y frenar el cambio climático. La comunidad internacional, concretamente las Naciones Unidas, han necesitado más de 20 años para convencer a los países de la necesidad de replantear el sistema y apostar por una sociedad ZEO -cero emisiones-.

Los intereses y los lobbies privados vinculados a la economía fósil han sido los principales causantes de que este proceso de toma de conciencia por parte de los países y de activación de nuevas medidas para reducir emisiones haya sido tan lento e incluso, en ocasiones, tedioso.

En paralelo, los fenómenos climáticos extremos y los cambios en el clima han sido los principales motores de la expansión de la conciencia climática. Los últimos informes y estudios demuestran que el calentamiento global de la Tierra ha provocado que los huracanes, terremotos, ciclones y olas de calor, sean cada vez más extremos y sucedan con mayor frecuencia.

La sociedad cada vez es más consciente de esta correlación y reclama a los políticos más implicación en la lucha contra el cambio climático, y más medidas y acciones concretas para ponerle fin.

En paralelo, esta presión social e internacional por poner solución a esta cuestión ha dado pie a unos Planes Nacionales de Energía y Clima (PNIEC) cada vez más ambiciosos.

La asignatura pendiente: establecer el ecocidio como un delito universal

Sin embargo, en ocasiones aquellos gobiernos que prometen medidas para activar la transición ecológica y reducir emisiones, siguen permitiendo que se lleven a cabo algunas actividades económicas y perjudiciales para el medio ambiente.

Pese a que la conciencia climática ha penetrado en la esfera política, la humanidad sigue explotando y dañando el medio ambiente. En el camino hacia una sociedad ZEO y sostenible aún existe una asignatura pendiente: introducir los delitos contra el medio ambiente o ecocidios en el código penal internacional.

¿Cuál es el origen del ecocidio?

Desde hace miles de años el ser humano se ha dedicado a explotar los recursos de la Tierra sin tener en cuenta las consecuencias y poniendo en riesgo algunos ecosistemas y la biodiversidad del planeta.

En este sentido, las ciudades en las que ahora viven más de un 50% de la población mundial y generan más del 70% de emisiones que provocan el cambio climático, se crearon a través de la progresiva tala de bosques y espacios naturales y la construcción de casas, edificios e instalaciones en su lugar.

En sí mismos, todos estos procesos que hoy en día se atribuyen a la fase de “urbanización” y “civilización” del ser humano podrían ser considerados como ecocidios involuntarios; En teoría, fruto del desconocimiento sobre el impacto negativo y a largo plazo que podían tener estas acciones en el Planeta y en la supervivencia de las especies.

Sin embargo, es difícil considerar como delitos acciones que tuvieron lugar hace más de un siglo y cuya responsabilidad recaería en la humanidad en general y su proceso evolutivo.

El concepto de ecocidio al que nos referimos en este artículo es mucho más nuevo y hace referencia a cualquier daño masivo o destrucción ambiental de un territorio determinado, parte de uno o más países, o bien, con consecuencias a escala global.

A partir de la década de los 70 surgieron los primeros grupos ecologistas que defendían la necesidad de proteger y preservar el medio ambiente. También la obligación de castigar a aquellas personas y organismos privados o públicos que amenazaran con destruirlo o que provocaran daños severos al mismo.

Desde ese momento, empezó todo un movimiento por parte de gobiernos, empresas y comunidades para reformar el Estatuto de Roma, el instrumento constitutivo de la Corte Penal Internacional de las Naciones Unidas aprobado el 17 de julio de 1988, e incluir el ecocidio como un delito penal y universal.

Precisamente por ello, el objetivo de estos organismos ZEO siempre ha sido convertir el ecocidio en el quinto crimen contra la paz del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI).

La idea de reconocer el ecocidio como un delito internacional ha sido objeto de debate y discusión durante muchos años. Pero a día de hoy, aún no se ha establecido como un crimen en el derecho internacional penal.

Sin embargo, en 2021 el ecocidio fue reconocido y dotado de contenido jurídico propio. Los encargados de otorgar a ese término una definición jurídica fueron un panel de 12 juristas impulsado desde la sociedad civil.

Los defensores de convertir el ecocidio en un delito ecológico y un crimen internacional aseguran que es necesario hacerlo, para así garantizar el cumplimiento de los derechos humanos y proteger el medio ambiente. La oposición a esta reforma en la Ley Internacional argumenta que tipificar el daño ecológico o medioambiental como un ecocidio convertiría automáticamente al conjunto de la raza humana en “criminales”. Un razonamiento un tanto cuestionable, dado que el ecocidio únicamente perseguiría a los responsables directos del delito.

¿Qué son los ecocidios?

Según el documento legal presentado por el panel de juristas, un ecocidio es “cualquier acto ilícito o arbitrario perpetrado a sabiendas de que existen grandes posibilidades de que cause daños graves, extensos o duraderos al medio ambiente”.

Durante la presentación de la propuesta jurídica, Philippe Sands, uno de los juristas que participó en la creación del documento, explicó que “cada palabra había sido debatida con cuidado para que no sea ni demasiado vaga ni demasiado específica, y con el fin de lograr la aceptación del mayor número posible de países de cara a su inclusión en la Corte Penal Internacional”.

Tal y como recoge el blog de Iberdrola, la clave para que un delito sea considerado como un ecocidio reside en algunas de las palabras que forman su definición:

  • Se entenderá por “arbitrario” el acto de imprudencia temeraria respecto a unos daños que serían manifiestamente excesivos en relación con la ventaja social o económica prevista.

 

  • Se entenderá por “grave” el daño que cause cambios, perturbaciones o perjuicios adversos y notorios en cualquier elemento del medio ambiente, incluidos los efectos para la vida humana o los recursos naturales, culturales o económicos.

 

  • Se entenderá por “extenso” el daño que vaya más allá de una zona geográfica limitada, rebase las fronteras estatales o afecte a la totalidad de un ecosistema, a una especie o a un gran número de seres humanos.

 

  • Se entenderá por “duradero” el daño de carácter irreversible o que no se pueda reparar mediante la regeneración natural en un plazo razonable.

¿Cuáles son las consecuencias del ecocidio?

Las consecuencias de los desastres ambientales no solo afectan a la naturaleza y los ecosistemas, sino también a las personas.

Las consecuencias del ecocidio en las personas y nuestra sociedad son realmente alarmante. Los crímenes ecológicos pueden provocar migraciones climáticas, inseguridad alimentaria, problemas de salud como malformaciones o insuficiencia respiratoria, etc.

Según el Informe de Riesgos Globales 2021 del Foro Económico Mundial, el daño medioambiental es el riesgo más preocupante para la humanidad a largo plazo: “la degradación ambiental se cruzará con la fragmentación social y traerá consecuencias dramáticas”.

Las consecuencias del ecocidio en el medio ambiente incluyen la pérdida de la biodiversidad, la destrucción de ecosistemas, agotamiento de recursos naturales, escasez hídrica, contaminación del agua o del aire, empobrecimiento de los suelos o desertificación, etc. Además, los ecocidios también contribuyen a la perpetuación del calentamiento global de la Tierra y el cambio climático.

Y es que los ecocidios pueden provocar la liberación de grandes cantidades de gases GEI a la atmosfera y reducir la capacidad de los ecosistemas para mitigar y adaptarse a los efectos del calentamiento global. En este sentido, la conservación y protección del medio ambiente y la tipificación de los ecocidios como delitos penados son fundamentales para hacer frente al cambio climático y garantizar la supervivencia de las futuras generaciones.

Además, es importante recordar que los ecocidios pueden llegar a ser irreversibles. Esto sucede cuando un ecosistema sufre un daño superior a su capacidad de regenerarse o bien cuando mueren suficientes especies como para interrumpir la estructura y función de un ecosistema.

¿Qué tipos de ecocidio existen?

Cuando hablamos de ecocidio, la mayoría de personas piensan en vertidos de productos químicos al mar o contaminación aérea por pesticidas. Sin embargo y desgraciadamente, existen muchísimas más formas de destruir la fauna y flora local o de desequilibrar el medio ambiente.

La organización Stop Ecocide, que lucha para que el ecocidio sea reconocido como un delito, divide los ecocidios en cuatro categorías según el tipo de daño que generan y el ecosistema que se ve afectado.

Contaminación marina: hace referencia a los daños provocados en los océanos, mares y ríos a causa de actividades como la sobrepesca industrial o los vertidos de petróleo, o a la contaminación con plásticos.

Deforestación: hace referencia al daño provocado en la naturaleza debido a la deforestación -a consecuencia de la ganadería y la agricultura intensiva-, a los incendios intencionados, la extracción minera, etc.

Destrucción del suelo: hace referencia a la contaminación del agua y del suelo por los vertidos químicos, las actividades relacionadas con la minería, la fractura hidráulica (fracking), etc.

Contaminación aérea: hace referencia a la contaminación del aire debido a las emisiones provocadas por las grandes industrias, los desastres nucleares, los escapes radiactivos, etc.

¿Cuáles fueron los primeros ecocidios de la historia?

A lo largo de la historia, hemos sido testigos de diferentes ecocidios que han tenido consecuencias negativas tanto para el medio ambiente, como para las personas. El primero de ellos tuvo lugar durante la Guerra de Vietnam.

Este suceso fue el pistoletazo de salida para la toma de conciencia sobre el grave impacto que podía llegar a generar el hombre en la naturaleza y la necesidad de establecer mecanismos legales para evitar que esto suceda.

Durante este conflicto bélico, Estados Unidos utilizó defoliantes, es decir, productos químicos liberados a través del aire, que causaron daños irreversibles en los bosques tropicales de Vietnam y contaminaron sus ríos y lagos.

Como parte de la Operación Ranch Hand se vertieron miles de litros de agente naranja para defoliar los árboles donde pudiese esconder la guerrilla del Vietcong, y destruir las cosechas con las que pudiese alimentarse.

Esta fumigación ocasionó daños irreparables a flora y fauna del país, e hizo que las zonas afectadas tardasen siglos en ser fértiles nuevamente. Sin embargo, el daño más grave fue aquel causado a las futuras generaciones de vietnamitas y de soldados estadounidenses que participaron en este conflicto.

El reportaje publicado en el Diario de Córdoba, “Hijos del Agente Naranja” revela que “desde mediados de los años sesenta, 500.000 niños nacieron con deformidades y enfermedades congénitas relacionadas con la dioxina y este tipo de malformaciones siguen apareciendo hoy”.

Otros ecocidios importantes sucedidos a lo largo de la historia podrían ser el accidente de la Central Nuclear de Chernóbil, que provocó la expulsión de una gran cantidad de material radioactivo a la atmósfera formando una nube que se extendió por Europa e hizo inhabitables cientos de hectáreas colindantes a esta central nuclear.

O bien el vertido de la estación petrolífera de Deepwater Horizon, que tuvo lugar en 2001 en el golfo de México. Esta catástrofe medioambiental provocó una mancha de petróleo que se extendió por más de 149.000 km y terminó con la vida de cientos de especies subacuáticas.

Algo similar sucedió en España un año después con el desastre del Prestige. Según el medio el Faro de Vigo, se vertieron unas 526,3 toneladas de fuel que provocaron la muerte de cientos de miles de animales marinos y entre 115.000 y 230.000 aves marinas.

De hecho, existe un ecocidio que aún a día de hoy sigue teniendo lugar y cuyos responsables siguen impunes. La deforestación del Amazonas contribuye al calentamiento global de la Tierra, al reducir la capacidad de captura de carbono del Planeta, y puede provocar un considerable aumento de las enfermedades zoonóticas —de origen animal, como la COVID-19— con graves consecuencias sobre la salud humana.

Desde 1970, el mayor pulmón verde del planeta ha perdido una superficie equivalente al país de Francia, en gran medida, debido a la acción directa o indirecta de la ganadería y la obtención de madera.

Los ecocidios siguen estando a la orden del día y están entorpeciendo la lucha contra el cambio climático y el objetivo de lograr una sociedad ZEO y ecológicamente responsable.

Pese a que la sociedad puede señalar a los responsables y “boicotearles” -por ejemplo, en el caso de que sean gobiernos, dejando de votarles, y en el caso de que sean empresas, dejando de comprar sus productos-, el daño ambiental ya está hecho y podría ser irreversible.

Por este motivo, es fundamental penar los crímenes ambientales e incluirlos como delito internacional y universal en el Estatuto de Roma. Esto permitiría disuadir a aquellos que están pensando en destruir o explotar el Planeta para enriquecerse, y detendría a aquellos organismos que los cometen y que están destruyendo el Planeta sin tener en cuenta las consecuencias.

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