La innovación cada día está más presente en la lucha contra el cambio climático. Y es que, en los últimos años, han surgido un gran número de inventos e ideas que nos pueden ayudar a cumplir con los objetivos de descarbonización impuestos por la comunidad internacional.

La mayoría de ellas, están basadas en las tecnologías CCUS, tecnologías de captura y almacenamiento de carbono, en mecanismos para la reducción de las emisiones o en sistemas para la transformación del dióxido de carbono en carburantes u otras substancias de utilidad. La mitigación se ha convertido en uno de los ejes de acción prioritarios para la comunidad científica.

Sin embargo, además de reducir el nivel de CO2 de la atmosfera, los científicos también trabajan para ofrecer nuevas propuestas para hacer frente las consecuencias del cambio climático: los fenómenos climáticos extremos, como los huracanes, los tornados y las olas de calor, las sequías o la subida del nivel del mar.

En este sentido, cada día aparecen medidas de adaptación y resiliencia para los sectores del transporte, la energía y la construcción, pero también para la alimentación o la agricultura.

Y es que la agricultura es uno de los sectores más afectados por el cambio climático. Debido al mismo, a los agricultores y las comunidades que viven en el campo les es imposible realizar una correcta previsión de las cosechas, y se exponen a una constante variabilidad del clima.

El cambio climático afecta a la previsión de las cosechas

Ambos sucesos dan pie a complicaciones en la planificación de las actividades agrícolas y afectan directamente a la reducción de la diversidad biológica. Todo ello, sin tener en cuenta que el incremento del nivel del mar está amenazando por partida doble a la agricultura de las zonas costeras o las islas.

Tal y como señala la Agencia Europea del Medio Ambiente, los cultivos necesitan tierra, agua, luz solar y calor para crecer. Y, precisamente, el calentamiento global de la Tierra ha modificado el clima en múltiples regiones de Europa.

Según este organismo, mientras que la productividad agraria del norte de Europa podría verse beneficiada por estos cambios; las olas de calor, el incremento de la temperatura y las bajas precipitaciones podrían poner en riesgo la agricultura llevada a cabo en el sur de Europa.

Además, debido a los fenómenos climáticos extremos, se espera que el rendimiento general anual de las cosechas sea cada vez más variable.

Sin embargo, Europa no está siendo, ni de lejos, la más perjudicada por el cambio climático. Los países del hemisferio sur del continente africano y americano han tenido que hacer frente a un elevado número de problemas relacionados con el aumento de las temperaturas.

Estos incidentes han puesto en peligro la agricultura y la subsistencia de las comunidades rurales:

  • Escasez de recursos.
  • Contaminación del aire.
  • Contaminación del agua.
  • Deforestación e infertilidad de los suelos.
  • Megaminería.
  • Manejo deficiente de residuos.
  • Sobrepoblación.

De hecho, según un informe publicado por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) de las Naciones Unidas, “la producción de cultivos básicos en ocho países de África podría disminuir en hasta un 80 % para 2050, si las temperaturas continúan aumentando a raíz del cambio climático”.

Esto podría tener consecuencias catastróficas en la pobreza y la disponibilidad de alimentos.

Las semillas resilientes al cambio climático

Bajo este escenario, no es de extrañar que aparezcan nuevas soluciones para reducir el impacto del cambio climático y recuperar la agricultura en algunas regiones: las semillas resilientes al cambio climático.

Semillas transgénicas

En los últimos años, una serie de organizaciones y empresas han puesto en marcha mecanismos de respuesta para preparar y prevenir a las comunidades rurales o más vulnerables de las consecuencias del cambio climático.

Un ejemplo de ello es la entidad World Vision, que distribuye semillas modificadas genéticamente, que son capaces de florecer con muy poca agua, y las reparte entre las familias y comunidades más vulnerables de la provincia de Huila, en Angola.

Y es que los cultivos transgénicos se han convertido en la mejor opción para hacer frente a la inseguridad alimentaria provocada por el cambio climático. En países como Estados Unidos, Argentina, Filipinas, Australia o Colombia, muchos agricultores han optado por utilizar semillas transgénicas, mucho más resistentes y tolerantes a la sequía y el incremento de las temperaturas.

Este tipo de semillas resisten mejor a las plagas y necesitan mucha menos agua para poder crecer y dar frutos.

Los científicos creen que, en el futuro, las técnicas de edición genética de plantas pueden ayudar a que las especies de cultivo sean más resistentes y productivas. De hecho, pese a la controversia existente alrededor del uso de las semillas transgénicas, algunas figuras públicas de referencia como Bill Gates aseguran que estas pueden ayudar a los agricultores a adaptarse al cambio climático.

Sin embargo, algunas entidades ecologistas aseguran que las semillas transgénicas son menos nutritivas y pueden ser incluso nocivas para la salud. Y es que los principales compuestos herbicidas asociados a los cultivos transgénicos son el glufosinato de amonio y el glifosato.

En el caso del glufosinato de amonio vemos que este está asociado a casos de toxicidad neurológica, respiratoria, gastrointestinal y hematológica, así como a defectos congénitos en seres humanos y mamíferos.

Semillas olvidadas, pero resilientes

De todos modos, no hace falta que las semillas estén modificadas genéticamente para que puedan ser resilientes al cambio climático. Existen algunas semillas que, debido a su propia naturaleza y características, son completamente resistentes a los cambios de la temperatura o los fenómenos climáticos extremos.

Un ejemplo de ello es el de la semilla de cañahua, un superalimento similar a la quinoa que presenta una gran resiliencia al cambio climático. Pese a las sequías y a las inundaciones, esta semilla, que tradicionalmente se ha cultivado en el Sur de América, no pierde su capacidad productiva.

La bioingeniera Trigidia Jiménez la rescató del imaginario colectivo y los mercados locales para tratar de implementarla de forma generalizada en el continente americano. Al parecer, la cañahua tiene su origen en el suroeste de Bolivia, una región en la que se viven unas condiciones meteorológicas adversas marcadas por el frío y el viento.

Precisamente estas condiciones climáticas extremas son las que dieron a esta semilla “el poder” de resistir y dar grano independientemente del clima y del terreno en el que se cultiva.

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